Va Carlos Alcaraz tan sumamente rápido y su carrera transcurre a un ritmo tan vertiginoso que, en ocasiones, muchas, hace olvidar que tiene solo 20 años y hasta hace muy poco competía con chicos que ni siquiera alcanzaban la mayoría de edad. “Tenemos que cuidarlo bien, es un chaval. Si queremos que dure debemos protegerlo entre todos”, suelen deslizar desde su entorno, preocupado ante la inmensa ola de popularidad que rodea al tenista. El murciano, apeado por Daniil Medvedev en las semifinales de Nueva York al ceder por 7-6(3), 6-1, 3-6 y 6-3, en 3h 18m, de alguna manera ha malacostumbrado al aficionado a base de una regularidad y unos registros que no dejan de ser extraordinarios, totalmente inusuales. Así lo dice la historia.
De alguna forma, Alcaraz es preso en su cárcel de oro, allí donde ha conseguido llegar a base de excepcionalidades y allí donde la mayoría de los profesionales siquiera se acercarán. Por eso, pese a que apenas lleve un par de años en el circuito y su juventud, siendo un jugador todavía por hacerse, cada tropezón es examinado con lupa y llama la atención. Él, en todo caso, conserva el espíritu autocrítico que atesora desde que comenzó a jugar e interpreta que hoy por hoy, las derrotas le aportan más que las victorias. Ofreció un discurso franco tras caer en Roland Garros, admitiendo que la situación le había venido grande ante Novak Djokovic en las semifinales, e hizo otro sincero ejercicio analítico después de inclinarse ante Medvedev en la Arthur Ashe.
A pesar de que posea ya un maletín de herramientas fabuloso, todavía le faltan respuestas para descifrar algunas circunstancias. Por ejemplo, la que le planteó el ruso. Paciente, Medvedev (27 años) devolvió y devolvió desde el fondo, y así lo desestabilizó; evitó el cuerpo a cuerpo en el que cayó las dos veces que se habían cruzado esta temporada, Indian Wells y Wimbledon, y apostó por contemporizar y aplicarle cloroformo al partido. Ante ese escenario, el español se obcecó en terminar demasiado rápido el punto en algunos instantes decisivos que terminaron pasándole factura; como muestra, las cuatro opciones de rotura que desperdició en la recta final.
“No he podido encontrar soluciones”, se afeaba Alcaraz en la sala de conferencias. “Pensaba que era mejor en ese sentido, cuando el partido no va de cara, pero después de esto voy a cambiar de opinión. No tengo la suficiente madurez para manejar este tipo de partidos, así que debo aprender”, prorrogaba el de El Palmar, que hasta ahora ha demostrado con creces ser un cabeza dura capaz de responder a las exigencias de la larga distancia –nueve triunfos y una sola derrota en los pulsos a cinco sets–, pero que al mismo tiempo no ha sido capaz de voltear los partidos en los que de entrada ha cedido los dos primeros parciales. En concreto ha perdido los seis que ha disputado hasta ahora.
Directamente a Asia
Viento en contra, en 2021 no pudo remontar al alemán Jan-Lennard Struff en Roland Garros ni a el propio Medvedev en Wimbledon; al año siguiente, fueron Matteo Berrettini (Australia), Alexander Zverev (Roland Garros) y Jannik Sinner (Wimbledon) los que abortaron sus intentos por reaccionar. Logró igualar a Berrettini, pero se quedó corto, y ante Zverev y Sinner solo pudo arañarles finalmente un set.
Erosionado por la dura gira norteamericana del verano, el español –14 partidos en un mes, prácticamente a uno por cada dos días– ha optado por frenar, y en lugar de desplazarse a Valencia para competir en la fase de grupos de la Copa Davis se marchará a casa para reponer fuerzas. Con el cuerpo castigado, prefiere ser conservador. Hace un año, cuando se coronó en Nueva York, renunció a tomarse una tregua y viajó directamente para ayudar al equipo capitaneado entonces por Sergi Bruguera –hoy día por David Ferrer– a conseguir el acceso a las Finales de noviembre. Llegó a La Fonteta con la lengua fuera y su chasis se resintió. Poco después, en octubre, sufrió un desgarro abdominal cuando jugaba en París-Bercy.
“Me hacía mucha ilusión ir allí, pero tengo que escuchar a mi cuerpo después de una gira muy larga. Necesito parar y descansar física y mentalmente. El calendario es muy exigente y todavía queda mucha temporada, necesito recargar fuerzas”, lamentó a través de sus redes sociales. Por una razón u otra, su presencia en el equipo nacional no ha resultado sencilla hasta ahora. Hace dos años, cuando iba a debutar, el coronavirus lo impidió a las puertas de la fase final celebrada en el Rockódromo de la Casa de Campo de Madrid, y se repitió la circunstancia el curso pasado, cuando la lesión producida en Bercy le apartó de nuevo de la competición.
Ahora, si no se tuercen los planes de su equipo, el tenista se repondrá para afrontar con las máximas garantías el otoño, que en principio incluye el paso por Pekín y el Masters 1000 de Shanghái; posteriormente su voluntad es competir bajo techo en citas como Basilea, París-Bercy y la Copa de Maestros de Turín, para la que obtuvo el billete tras el éxito en Wimbledon. Fue el primer jugador en conseguirlo esta temporada.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites