El penalti que falló ante Suecia y cerró la eliminación estadounidense en el último Mundial no fue el final de la historia de Megan Rapinoe. Quién sabe si lo será el que dispute este domingo con su club, el OL Reign, donde el equipo se juega la clasificación a los playoffs de la NWSL. La larga gira de despedida de Rapinoe, a estadio lleno por todo Estados Unidos, ha terminado –por ahora– siendo el reflejo de todo lo que la mediocentro ayudó a construir. Y todo aquello que la va a sobrevivir.
Se dice que los atletas activistas viven múltiples vidas a la vez. Rapinoe salió del armario en la Universidad de Portland –donde estudió Sociología– mucho antes de aparecer en la vida pública. El resto del mundo solo se enteró en 2012 –año en que la selección ganó en los Juegos de Londres–, tres años antes de la aprobación del matrimonio homosexual en su país. Y para un deporte que huía del estigma de lo “marimacho” en sus esfuerzos por expandirse, la libertad de Rapinoe para expresarse sin reparos ni arrepentimientos marcó la pauta de la naturalidad con la que hoy viven su sexualidad las futbolistas de esta generación.
Pero su lucha social tomó otro vuelo en 2016, cuando el jugador de fútbol americano Colin Kaepernick se arrodilló durante el himno nacional para protestar por la brutalidad policial contra los afroamericanos. Rapinoe, rostro de su selección, una de las más exitosas, campeona olímpica y mundial, fue una de las primeras atletas blancas en hacer lo propio en solidaridad. También se arrodilló. Y otras siguieron su ejemplo.
“No he experimentado exceso de vigilancia, discriminación racial o brutalidad policial; no he visto el cuerpo de un familiar muerto en la calle”, escribió ese año en The Player’s Tribune. “Pero no puedo quedarme de brazos cruzados mientras hay personas en este país que han tenido que lidiar con ese tipo de dolor”. El enojo de la ultraderecha, envalentonada en ese año por la campaña de Donald Trump, fue instantáneo y particularmente feroz en redes sociales, donde no comprendían la interseccionalidad del gesto. “Sé que soy gay y mujer, pero tengo muchos privilegios, puedo convocar a la gente y disipar algunos mitos”, explicó Rapinoe al Seattle Times.
Al mismo tiempo, como líder del equipo nacional, encabezó la campaña del plantel femenino contra la discriminación de género y por la paridad salarial con sus homólogos masculinos que, como bien apuntaron, no habían ganado nada. Ellas, sí. Como sucediera con la visibilidad LGTB y la oposición a la supremacía blanca, esta demanda de igualdad las enfrentó a la mitad del país. Trump fue elegido presidente al final de ese año, y jugadora y presidente entraron en colisión.
En un mensaje grabado antes del Mundial de Francia 2019, que su equipo ganó, Megan Rapinoe, capitana de la selección que defendía el título, afirmó rotundamente que, si el equipo levantaba el título, no irían “a la puta Casa Blanca” porque “no había forma de que las invitaran”, como suele hacerse con los campeones locales e internacionales de los EE.UU. Trump, que durante su mandato vio al deporte como un teatro de guerras culturales, entró a la disputa vía Twitter, afirmando que deseaba su victoria. Pero matizó: “Megan debe ganar antes de hablar”. En un pulso que duró lo que tardaron en repetir el título, Rapinoe supo mantener la compostura y la concentración, y coronarse bicampeona, goleadora y mejor jugadora del Mundial.
Para Jules Boykoff, investigador y profesor de Política y Deporte en la Universidad del Pacífico, en Oregón, ese momento, en que convergieron todas las causas que Rapinoe representa, la elevó al panteón histórico de atletas activistas, al nivel de Muhammad Ali, Billie Jean King y Kareem Abdul-Jabbar. “A veces, nos olvidamos de cuánta presión había sobre ella, con su presidente diciendo todas esas cosas desagradables sobre ella”, explica Boykoff.
Así, su adiós (definitivo el día que su club caiga eliminado de la lucha por el título) no termina de ser despedida, sino consagración. Y las críticas que se llevó la selección después del último Mundial, donde cayó en octavos, así lo señalan. La causa de Rapinoe se había convertido en la causa de todas. “Lo que estos conservadores no entienden es que cuando las figuras del deporte utilizan su celebridad para promover la justicia social, en realidad están apoyando los valores estadounidenses al hacernos responsables cuando fallamos”, escribió Abdul-Jabbar después de la eliminación.
Rapinoe, cuya lucha creó una rebelión en múltiples frentes a nivel mundial, de derechos laborales de las deportistas, de solidaridad con todas las luchas de justicia social, de visibilidad gay y lésbica en los deportes, lo entendió mejor. “Estamos jugando dos partidos al mismo tiempo”, le dijo en agosto a la revista The Atlantic. “Estamos jugando todas contra todas, pero también estamos jugando juntas para lograr la igualdad, el progreso y lo que merecemos”. Como reclamarían poco después las jugadoras de la selección al hilo del caso Rubiales, su lucha, la de Rapinoe, la de Jenni Hermoso, “es la lucha de todas”.
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