Sentado en un salón del hotel Villa Magna en Madrid, el monegasco Fabrice Pastor, propietario del circuito profesional A1 Padel, describió hace unos días el empeño de los regímenes árabes por hacerse con el control de ciertos deportes: “Oportunismo”, dice. “Necesitan tener más cosas que los demás. Siempre digo que es el síndrome del hombre pequeño. Cuando has sido un pastorcillo de cabras hace 60 años, ahora, de pronto, quieres demostrar, y quieres enseñar que tienes. Los que hemos sido ricos de toda la vida, no tenemos esa necesidad”.
Pastor (Montecarlo; 52 años) es la quinta generación de un próspero negocio inmobiliario familiar que se ocupó, por ejemplo, de ganarle las últimas siete hectáreas al mar en el Principado, “el metro cuadrado más caro del mundo”. También es uno de los pioneros en el impulso de la expansión internacional del pádel. Durante más de una década, acumula inversiones, y algunos disgustos, que quizá explican el tono de su diagnóstico. Muchos jugadores a los que apadrinó en sus inicios se pasaron a otros circuitos, y vio cómo estos circuitos los ataban con contratos que prohibían expresamente jugar con él. “Yo no compro personas. No juego ese juego, lo detesto”, dice sobre las pujas por jugadores.
Pero resiste. Es el último antagonista por el control mundial del pádel de Nasser Al-Khelaifi. El presidente del Paris Saint-Germain y del fondo soberano catarí destinado al deporte, Qatar Sports Investments, fundó en 2021 su propio circuito, Premier Padel, que entonces era el tercero funcionando. Un desbarajuste. Pero en agosto compró la mayoría de las acciones de otro, World Padel Tour, de la cervecera española Damm, el dominante hasta entonces, y sedujo a la federación internacional para que lo respaldara.
Antes del movimiento del catarí, el monegasco había intentado lo mismo: “Pregunté dos veces. No quisieron. No les interesaba”, recuerda. “Pero al final era abrir mercados de cerveza. Era la campaña de marketing más barata del mundo”. Aún quedan dos circuitos: Nasser Al-Khelaifi frente a Fabrice Pastor.
¿Qué resulta tan atractivo del pádel para suscitar el interés de dos fortunas así? En Pastor se mezclan la sospecha fundada de encontrarse ante una gigantesca oportunidad de negocio y una fuerte componente sentimental: “Es un tema muy personal. Yo he sido jugador, entre comillas, profesional. En mi época era mucho más fácil. Y he sufrido muchas cosas de un circuito que me parecía que necesitaba una alternativa”.
El monegasco mantiene su empeño desde hace más de una década, cuando comenzó a organizar la Fabrice Pastor Cup en Latinoamérica: “A los que ganaban, los esponsorizaba y los traía a Europa, a jugar el World Padel Tour. Eran chicos humildes de Argentina, Chile, Paraguay, México, Brasil… Yo he ayudado muchísimo al pádel”, dice. “Mi gasolina es ver a chicos que no le importaban a nadie llegar a ser top 10 mundiales. Algunos me decían: ‘Yo vivía en un coche con mi madre, y ahora me he comprado un piso en Madrid”. Pero no todos le han correspondido: “Al final me traicionaron muchísimos por dinero”.
A1 Padel es su segundo intento, después del fallido International Padel Tour en 2018. Y pese al golpe de mano de Al-Khelaifi, se encuentra en plena expansión. En marzo se asoció con Yankee Global Enterprises, la empresa propietaria del equipo de béisbol New York Yankees. Juntos emprenden ahora el asalto al mercado estadounidense con un torneo de este lunes al 15 de octubre en Central Park, donde han instalado un recinto de 4.500 localidades.
“Según cifras de Deloitte, el tenis va a vender este año 1.100 millones de euros en equipamiento. Y el pádel, 2.400 millones”. Equipamiento son pistas, bolas, palas, ropa, zapatillas para los miles de aficionados que lo practican. En EE UU, donde los Yankees han visto también la oportunidad, el plan incluye la creación de clubes y academias. Allí hay ahora poco más de 200 pistas. Pastor pronostica hasta 15.000 dentro de dos años: “El pádel va a ser más grande que el tenis”.
Aunque la existencia de dos circuitos profesionales, cada uno con su ranking, mantiene la confusión: “Es dramático para el público, para el fan, para el jugador. Creo que tenemos la responsabilidad de sentarnos”, dice. Pero no ha podido hacerlo con la federación internacional, ni lo ha intentado con Nasser Al-Khelaifi.
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