Cuando uno vive bajo las pautas del ajedrez del siglo XXI, con una alta sofisticación en la teoría de aperturas y predominio de las estrategias conservadoras, una partida con espíritu del XIX es un soplo de aire fresco: lo único que cuenta es el ataque al rey, y su precio no importa.
Y para que la sensación de frescura sea mayor, el autor de esta joya es un chico de 15 años. Pero no una de las jóvenes estrellas, cada vez más precoces y numerosas, sino uno más de los jóvenes talentos rusos, Alexánder Triapishko, cuyos resultados hasta ese momento no eran muy deslumbrantes. Pero su creatividad le hizo inmortal antes de ser mayor de edad.